Por Leticia Rebeca Gasca. Esta semana regresé de un viaje a la ciudad de Guanajuato, ubicada a 360 kilómetros de la ciudad de México. Como en todo viaje que realizo por carretera, en lugar de dormir durante el camino, prefiero disfrutar el paisaje y observar cómo vive la gente en las diferentes poblaciones que vamos cruzando.
Siempre que hago este ejercicio y observo el campo mexicano, recuerdo los siete años que realicé trabajo social en diferentes comunidades rurales e indígenas y cómo siempre regresaba con la mente llena de preguntas.
Y no es para menos: para quien ha crecido en una ciudad, no es sencillo ponerse en los zapatos de quien vive en el campo y tener presente que las principales actividades económicas de esa población (la agricultura y la ganadería) están siendo seriamente mermadas a causa de los cambios en el clima (de lo cual, quienes habitan en zonas rurales no tienen casi nada de culpa, su huella de carbono es mínima) y de la competencia por mejores precios y grandes producciones.
De igual forma, es importante recordar que la situación de aislamiento que prevalece en muchas comunidades dificulta la búsqueda de opciones de empleo y educación, lo que transforma a la migración hacia grandes ciudades u otros países como, aparentemente, la mejor y única alternativa.
Así, mientras voy en carretera, miro por la ventana y pienso en lo anterior y en otras concusiones un poco más pesimistas. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que hay proyectos que han logrado avances para estas poblaciones. En 2010 tuve la magnífica oportunidad de conocer de cerca varios de estos proyectos, pero son tres los que me han dejado mejor sabor de boca:
- Chicza. Manuel Aldrete es un hombre de convicciones y muy perseverante, es de esas personas que te saca más de una sonrisa en cada conversación. Él es el responsable de haber coordinado a 46 cooperativas y sociedades de producción chiclera de Campeche y Quintana Roo, únicos estados en México que producen chicle natural. Así, cultivan, transforman y comercializan la única goma de mascar elaborada con chicle natural y orgánico en el mundo.
La empresa, llamada Chicza, surgió ya que en los años 50 la mayor parte de la materia prima del chicle fue reemplazada por productos sintéticos, sin embargo el chicle natural mantuvo su posicionamiento en ciertos mercados. Así, el consorcio chiclero optó por la creación de reservas forestales comunitarias y un programa de recuperación de suelos erosionados que en otros tiempos fueron utilizados para la agricultura.
De esta forma, la producción orgánica del chicle evita la degradación de los suelos y permite comercializar el producto a un precio preferente, lo que ha incrementado los ingresos y la calidad de vida, con la clara generación de beneficios sociales, ambientales y económicos.
- Alltournative. Es una empresa que toma el ecoturismo muy en serio, es decir, promueven únicamente viajes responsables en áreas naturales que conservan el ambiente y mejoran el bienestar de la población local. Principalmente trabajan en la Riviera Maya, en donde han involucrado a su modelo a las comunidades de la zona.
El modelo inclusivo de Alltournative ha logrado no únicamente disminuir la tasa de migración, sino revertirla. Es decir: quienes habían abandonado su lugar de origen en búsqueda de mejores oportunidades, han decidido regresar.
- Haciendas del Mundo Maya. Se trata de una Fundación cuya labor he tenido la oportunidad de conocer en los viajes que he realizado a la ciudad de Mérida, en Yucatán.
La Fundación surge motivada por una situación histórica: hace años, gracias a la producción del henequén (una fibra muy resistente que en cierta época se usó para hacer cuerdas, costales, etc) la península de Yucatán era una de las zonas más ricas de México. Cuando el henequén fue sustituido por el petróleo, miles de familias perdieron su principal fuente de ingreso, principalmente, familias que habitaban en zonas rurales. Así, la meta de la fundación es promover el desarrollo integral de comunidades rurales mayas en la Península de Yucatán.
En particular, admiro la labor que realizan de la mano con quienes han retomado artesanías tradicionales mayas. La Fundación los apoya en la comercialización de sus productos de tal forma que las personas artesanas reciben el monto total del importe de la venta de sus artesanías.
Así, cuando pienso acerca de esas comunidades rurales e indígenas que están en circunstancias desfavorecidas debido al aislamiento o a la falta de oportunidades, me gusta pensar que sí se puede hacer algo, pero que simplemente no ha surgido el espíritu emprendedor que tenga la astucia y la creatividad para poner manos a la obra.
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Un viaje de cierre de año
Enviado por
Leticia Gasca Serrano
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viernes, diciembre 31, 2010
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