Lo bueno, lo malo y lo feo… de las microfinanzas

. miércoles, agosto 17, 2011
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Por Leticia Gasca. La industria de las microfinanzas empezó plagada de escepticismo, no se creía que la población de bajos ingresos fuera capaz de pagar sus deudas. Tiempo después, el premio Nobel de la Paz que se otorgó a Muhammad Yunus puso el tema sobre la mesa de las escuelas de negocios y organismos dedicados al desarrollo. En tiempos más recientes se ha empezado a cuestionar seriamente el impacto real de estas instituciones financieras en la sociedad.

El nacimiento formal de las microfinanzas se debe a Muhammad Yunus, quien cuando era profesor de economía una universidad en Bangladesh, descubrió la desatendida demanda de créditos bancarios entre la población de bajos ingresos. La banca comercial de aquel país no estaba dispuesta a prestar a grupos de bajos ingresos, así que realizó algunos préstamos con dinero de su propia bolsa. Al observar que prácticamente todas las personas a quienes había prestado le habían pagado a tiempo decidió fundar el Grameen Bank, también conocido como el banco de los pobres. Actualmente, el Grameen Bank atiende a 5 millones de clientes, la mayoría mujeres, y tiene más de 2,000 sucursales.

En los últimos años el desarrollo de las microfinanzas en América Latina ha sido extraordinario, a tal grado que las instituciones de la región cuentan con cerca de seis millones de clientes. Este crecimiento ha sido el resultado de la entrada de los bancos tradicionales al negocio y de la transformación de ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) en entidades financieras formales.

Justamente ese es el caso de la mexicana Compartamos Banco, que dio sus primeros dos créditos como ONG en 1990. En el año 2000 se convirtió en una sociedad financiera de objeto limitado, mejor conocida como Sofol; en 2006 se convirtió en banco y un año después entró a la Bolsa Mexicana de Valores.

Sin embargo, las instituciones microfinancieras han sido criticadas incluso por Muhamad Yunnus, el creador del Grameen Bank, quien considera que en muchas ocasiones se abusa en las tasas de interés. El profesor Yunus prácticamente calificó de “tiburones financieros” a instituciones micofinancieras que, citándolo textualmente, estaban “abusando de la gente pobre”.

Las microfinancieras obtienen el dinero de la banca de desarrollo a una tasa de interés de 12 por ciento y en algunas instituciones en México lo prestan con un interés de hasta 80 por ciento. Eso explica que en los últimos seis años el número de empresas involucradas en el negocio haya pasado de 10 a más de 150, tan solo en el país. Las instituciones microfinancieras en México ya atienden a poco más de un millón y medio de personas y el monto del crédito que otorgan es en promedio de unos 700 dólares americanos.

Otra crítica común que se realiza a este negocio es que en una sociedad con una pobre cultura de finanzas personales, las microfinancieras pueden llevar a la gente a endeudarse de por vida. Es famoso el caso de una mujer en Nicaragua que tenía un pequeño negocio para el cual estuvo pidiendo diversos microcréditos, y al final quedó debiéndole a 19 microfinancieras. La realidad es que el endeudamiento puede hacer mucho más vulnerables a quienes menos tienen ya que los programas de microcrédito no hacen nada por cambiar las condiciones estructurales que crean la pobreza.

Por ello, la gran pregunta sería qué hacer para que las microfinancieras sean efectivas en la promoción del desarrollo. Sin duda, es importante empezar por impulsar la capacidad emprendedora de quienes piden un préstamo para un negocio. Otra propuesta es considerar la fusión de instituciones microfinancieras para hacer frente a los altos costos operativos.

Quizá la clave para lograr que el impacto de las microfinancieras en la población sea más positivo que negativo sea recordar que ofrecer servicios financieros a grupos de bajos ingresos es solo una pieza del rompecabezas y no debemos ceder al sistema financiero toda la responsabilidad de erradicar la pobreza.
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