(Extracto del texto publicado originalmente en Distintas Latitudes)
Por Leticia Gasca. En Zacatlamanic, cuando se organiza una comilona, primero come la infancia. Se junta todo el pueblo con motivo cualquiera, que puede ir desde el Sábado de Gloria al aniversario del natalicio de Benito Juárez, y Doña Lucía, una indígena nahua que porta un vestido de colores armónicamente chillones que ella misma confeccionó y bordó, toma la iniciativa y empieza a repartir arroz, frijoles, chícharos y tortillas hechas a mano a los niños y niñas del pueblo. Más de la mitad de ellos y ellas son sus parientes en diferente grado.
Después, el grupo de mujeres reparte comida al resto del pueblo; una parte sentada y otra parada se congregan en algún espacio común (que en realidad son escasos: la capilla, la escuela primaria y la inspectoría) y almuerzan conjuntamente. En esta ocasión se han reunido alrededor de 150 indígenas nahuas, la mayoría platica entre sí en su lengua. Todo el mundo come y bebe en recipientes de unicel.
En una reciente visita de 10 días al pueblo de Zacatlamanic, ubicado en la Sierra Negra de Puebla, en México, participé en par de estas comilonas. Como resultado de esta experiencia, así como del ejercicio de reflexionar acerca del uso de unicel en zonas rurales, escribí para la revista Distintas Latitudes un texto que evalúa la economía detrás de este polémico y contaminante material.
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Zacatlamanic: la tierra donde el unicel tiene siete vidas
Enviado por
Leticia Gasca Serrano
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martes, mayo 17, 2011
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