Por Leticia Rebeca Gasca. Este espacio se ha caracterizado no únicamente por difundir diversas visiones en torno a la responsabilidad social, sino por promover el uso responsable del lenguaje.
Y emplear la palabra de forma responsable no consiste únicamente en evitar sexismos ó procurar expresar únicamente información que consideramos como verdadera. La responsabilidad al emplear la palabra también recae en el hecho de expresar lo que realmente pensamos sin la influencia de la censura ó de sesgos.
Esta reflexión surge a causa de una experiencia personal: recientemente fui invitada a pronunciar un discurso en un importante evento de una organización acerca de la cual tengo duras críticas, y a la vez un gran aprecio.
Cuando se me propuso participar mi primera reacción fue aceptar. Fue un par de horas después cuando empecé a reflexionar acerca de la importancia de emplear la palabra de forma responsable, es decir, expresando mi verdadero sentir de forma respetuosa, e indicando a la vez mis inconformidades, sugerencias y también buenos comentarios hacia la organización.
Ahora bien, quienes hacen uso de la palabra en público de forma constante y con gran alcance, como son líderes de opinión y personas involucradas en las altas esferas de la política, ¿qué tan responsables son en sus discursos? ¿caen en la demagogia? ¿emiten su auténtica opinión, buscan ser “políticamente correctos/as” ó caen en la censura?
Con este mismo espíritu, también cabe preguntarse qué es prioritario al pronunciar un discurso: que éste sea informativo, emotivo, motivacional…
Y además de cuidar ser responsables al hacer uso de la palabra en público, también es fundamental ser responsables para escucharla y cuestionarla, no aceptar que todo lo que escuchamos ó leemos es verídico ó libre de tendencias…
¿De qué sirven los debates televisivos si la gente no tiene la capacidad de discernir ni analizar el debate dejando de lado la forma del discurso?
El uso responsable de la palabra en su cabalidad se fomenta cuando quienes la escuchan ó la leen poseen un espíritu crítico que invita a cuestionar a quien emite el mensaje así como al mensaje mismo, adoptando una actitud crítica, de apoyo ó indiferencia sólo cuando ya se ha analizado el mensaje.
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El reto diario de la palabra
Alerta: epidemia de hambre
Por Leticia Rebeca Gasca. Una de las premisas para el desarrollo social es convertir a la población beneficiada en protagonista de su propio desarrollo. Es decir, invitarla a capacitarse, brindarle oportunidades laborales, ayudarla a planear y gestionar sus propios proyectos: enseñar a pescar y no obsequiar el pescado.
Sin embargo, en ocasiones quienes deberían protagonizar y promover su proceso de desarrollo no pueden lograrlo ya que no pueden siquiera satisfacer lo que Abraham Maslow determinaría como sus necesidades más fundamentales, tales como la alimentación.
Para que el desarrollo social pueda ser promovido mediante un sistema autogestivo, se requiere como condición básica que la población pueda proveer sus propios alimentos, y cuando esto no es posible (como en numerosos sitios de Africa y el oriente), agencias internacionales como la ONU proveen a la población de alimentos.
Y ahora que el precio de los alimentos ha aumentado de forma veloz, ésta labor humanitaria es casi imposible, incrementando la probabilidad de una epidemia de hambruna en las naciones que presentan los índices de desarrollo humano más bajos.
Así, el precio internacional del arroz se ha duplicado en los últimos 12 meses, el precio del maíz ha aumentado 68% y el del trigo 92%. Producir alimentos es cada vez más costoso, y el empleo de ciertas semillas para la producción de etanol (principalmente el maíz) ha incidido en el juego de la oferta y la demanda, aumentando por consiguiente su precio.Y la pregunta es, ¿qué hacer para detener las presiones inflacionarias en el precio de los alimentos?
La respuesta se centra en tres puntos. El primero es promover la producción de etanol a partir de la caña de azúcar y no de maíz. El segundo es comer menos carne. El tercero es retomar ciertos proyectos de producción de energía nuclear.
Entre estas propuestas quizá la más desconcertante es la relacionada con el consumo de carne, sin embargo, opera bajo una lógica contundente. La producción de carne requiere gran cantidad de agua, granos y energía.
La mayor parte de las naciones desarrolladas y bastantes países en vías de desarrollo somos “carnívoros” culturalmente hablando, incluso, consumimos mucha más carne de la que requerimos.
Al conocer el gigantesco potencial de la sociedad civil organizada y unida por un objetivo común tengo la convicción de que si cada vez somos más las personas que optamos por consumir menos carne, podemos generar una cadena que promueva el descenso en el precio de los alimentos. Así, permitiremos que la población más marginada resuelva sus necesidades alimentarias, y además evitaremos el desperdicio de recursos tan importantes como el agua y la energía.
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